En el Chocó, las frutas no son solo sabores. Son símbolos vivos de nuestra tierra fértil, de nuestras manos trabajadoras y de la dulzura que llevamos dentro, incluso en medio de las dificultades. Cada fruta chocoana guarda una historia, una memoria, un pedazo de identidad que se transmite de generación en generación.
El chontaduro no solo se come, se recuerda
Para muchos, el chontaduro no es simplemente una fruta. Es infancia. Es ir al mercado con la abuela. Es el sonido del agua hirviendo en la olla grande. Es esa combinación mágica de sal, miel o leche condensada que hacía que cada mordisco se sintiera como un regalo.
Hay quienes recuerdan haber vendido chontaduro en canastas en las calles de Quibdó, con los dedos teñidos de naranja y el corazón lleno de sueños. Otras lo asocian con festividades, con canciones tradicionales, con madrugadas de trabajo en el campo, cosechando bajo el sol.
El chontaduro es el sabor de la persistencia.
Borojó: la fruta de la fuerza y el amor
Si el chontaduro es dulzura, el borojó es mística. Fruto oscuro, denso y poderoso, que se ha ganado un lugar sagrado en la medicina ancestral, en la tradición oral y en el corazón de quienes confían en su energía.
El borojó no solo alimenta: da vigor. Se bebe en jugo, se ofrece como tónico, se respeta como símbolo. Es parte de los rituales de amor, de fuerza vital, de conexión con lo profundo.
“Cuando estoy débil, me tomo un borojó. Es como si el Chocó mismo me abrazara por dentro”, dice don Álvaro, agricultor y sabedor de una vereda cerca de Istmina.
Del campo a la creación
En Laquib, entendemos que nuestras frutas no son objetos decorativos. Son identidad. Por eso las convertimos en ilustraciones que decoran agendas, tote bags, sombrillas y más. No como una moda exótica, sino como una manera de contar quiénes somos, de honrar nuestras raíces, de celebrar lo que el mundo aún no conoce de nosotros.
Cada diseño nace de una historia real. De una conversación con un campesino, de una visita a un mercado local, de una memoria familiar. Así, nuestras frutas viven en cada producto como embajadoras de una cultura rica, resiliente y profundamente hermosa.
Sabores que viajan, historias que inspiran
Cuando alguien fuera del Chocó ve una ilustración de un caimito o una guanábana en una libreta Laquib, no está viendo solo una fruta. Está viendo una historia. Está conociendo un pedazo de nuestra tierra, de nuestras costumbres, de nuestra gente.
Y cuando tú, que creciste con esos sabores, llevas uno de nuestros diseños contigo, estás haciendo algo poderoso: estás diciendo con orgullo “esto soy”.
Porque nuestras frutas no solo se cultivan. Se heredan. Se comparten. Se cuentan.
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